Octavio Winslow
Viene llegando el momento —¡ay, con qué velocidad!— que será el más solemne y severo, y no obstante la prueba más dulce y auténtica del poder sustentador y tranquilizador de lo preciado que es Cristo en la experiencia de sus santos: la última enfermedad y la escena final de la vida. Imagínese que ha llegado el momento. Desaparecen las atracciones del mundo y todo auxilio humano se acaba. Todo se está acabando. Se están acabando el corazón y las fuerzas, se está acabando la capacidad mental, se están acabando los afectos humanos. Los ojos están velados por la muerte, y las realidades invisibles del mundo del espíritu van apareciendo ante la vista.
Inclinado sobre usted, su ser querido que lo ha acompañado a la ribera del río helado pide una señal. Usted está demasiado débil para formar un pensamiento, o decir una palabra, demasiado absorto para responder con una mirada. No puede declarar su fe recitando un credo detallado, y no tiene ninguna experiencia profunda, emoción estática ni visiones celestiales para describir. Una frase breve, pero firme y expresiva demuestra todo lo que usted sabe, cree y siente hasta ahora. Es la profesión de su fe, la suma de su experiencia, la base de su esperanza: “¡Cristo lo es todo para mi alma!”.
¡Suficiente! El cristiano moribundo no puede dar más, ni el ser querido esperar más. Querido Salvador: ¡Está tú conmigo en ese momento solemne! Camina por el valle a mi lado, reposa mi cabeza [débil, cansada] en tu pecho, dile palabras alentadoras a mi alma atribulada: “No temas, porque yo estoy contigo” (Isa. 41:10). Entonces, será para mí una felicidad morir. La muerte perderá su ponzoña, el sepulcro su dolor, la eternidad su incertidumbre. Y, por la experiencia de tu cariño en la tierra, pasaré triunfante por el oscuro portal al sol radiante y la comprensión perfecta y el gozo eterno de todo lo que la fe ha creído, el amor anhelado y la esperanza esperada de la gloria absoluta y la felicidad en el cielo. “En tu presencia hay plenitud de gozo; delicias a tu diestra para siempre” (Sal. 16:11).
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Tomado de The Precious Things of God (Las cosas preciosas de Dios), Soli Deo Gloria, un ministerio de Reformation Heritage Books, www.heritagebooks.org.