El ejercicio
Sinclair B. Ferguson
El ejercicio fortalece el corazón; sin él, nos criaríamos débiles y flojos. Lo mismo es cierto de nuestros espíritus. Una vez oí decir a la principal bailarina de una de las grandes compañías rusas de ballet: “Si dejo de entrenar por un día, yo sé la diferencia; si lo dejo por dos días, la compañía sabe la diferencia; y si lo dejara por varios días, el auditorio notaría la diferencia”. Simplemente, no podemos estar en la mejor forma sin entrenar: la sensibilidad, la velocidad, la gracia, la sincronización; todas desaparecen. No debemos pensar que los espíritus saludables necesitan estar menos afinados que nuestros cuerpos.
Los cristianos más antiguos solían hablar de “ejercicios espirituales”; era una expresión muy apropiada.
¿Pero en qué consisten nuestros ejercicios espirituales?
1. La adoración
La actividad singular más importante de tu vida es adorar a Dios. Fuiste hecho para esto: para ofrecer tu vida entera, en todas sus partes, como un himno de alabanza al Señor. Cuando el salmista dice: “Bendice, alma mía, al SEÑOR; y bendiga todo mi ser su santo nombre” (Salmo 103:1), habla como un atleta espiritual en forma; su vida entera está dirigida sin reservas al Señor en alabanza; una devoción de todo corazón a Dios es su característica más obvia.
Esto, por supuesto, significa que le doy toda mi vida a Dios, ofrecida como una melodía de alabanza a Él (Romanos 12:1,2). También significa que habrá momentos especiales cuando concentraré todas mis facultades en Dios, alabándole en el canto e invocándole en la oración. Esta es la razón por la que ha instituido un día entre siete para el descanso de nuestras actividades ordinarias (Génesis 2:2,3; Éxodo 20:8-11; Isaías 58:13,14). En ese día podemos congregarnos para alabarle con otros de la familia de la fe, ser animados y aprender mutuamente (Colosenses 3:16).
Es en este contexto donde el cristiano que crece aprende a valorar la exposición bíblica que está en el centro de la adoración evangélica. Al contrario que las ideas miopes modernas sobre la predicación (“si no puede decirse en diez minutos, no merece la pena decirse”), descubrimos, al escuchar una predicación bíblica y verdadera, que Cristo se dirige a nosotros personalmente mediante su palabra; nosotros respondemos en la adoración y tenemos comunión con Él (véase Juan 10:3,4,14). En tales ocasiones, treinta minutos de exposición bíblica pueden parecer demasiado breves: ¡una buena razón para asegurarnos de pertenecer a una congregación cristiana donde se comparte esta visión y experiencia de la predicación! Si la predicación que oímos no maneja la Escritura de la manera que Dios quiere (véase 2 Timoteo. 3:16-4:2), es poco probable que crezcamos en madurez bajo su influencia.
2. El conocimiento
Ser cristiano significa poseer vida eterna (1 Juan 5:11), y esto, a su vez, implica el conocimiento de Dios y de Jesucristo (Juan 17:3). Porque este conocimiento es personal en la naturaleza, es esencial que crezcamos “en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pedro 3:18). Pablo creyó que el crecimiento en el conocimiento era esencial, y lo hizo una carga central en sus oraciones por sus compañeros cristianos:
Pidiendo que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé Espíritu de sabiduría y de revelación en un mejor conocimiento de Él. Mi oración es que los ojos de vuestro corazón sean iluminados, para que sepáis cuál es la esperanza de su llamamiento, cuáles son las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál es la extraordinaria grandeza de su poder para con nosotros los que creemos” (Efesios 1:17-19, énfasis añadido. Cf. Filipenses 1:19; Colosenses 1:9).
¿Cómo tiene lugar este crecimiento en el conocimiento? Por nuestro entendimiento y creciente experiencia de lo que se enseña en la Escritura. Debemos hacer del estudio, el conocimiento y la comprensión de la Escritura una parte central de nuestra disciplina personal.
¿Hay alguna forma en que podamos hacer esto, además y por encima de pertenecer a una iglesia donde se enseñan las Escrituras? Solo por el estudio; adquiriendo un mejor conocimiento de nuestras Biblias, y llegando así a comprender el carácter de Dios, su mente y sus caminos más plenamente. Si nos tomamos en serio el crecer como cristianos, no nos contentaremos con un conocimiento fortuito y casual de la Biblia. La estudiaremos de una manera disciplinada.
Aquí tenemos un consejo sencillo, aunque lleva toda una vida seguirlo: Lee ampliamente y lee profundamente.
Lee ampliamente. Quizá no conozcas la Biblia muy bien. Busca conocerla leyendo grandes secciones de ella. Lee un libro de Antiguo Testamento de una sentada. Ve a la cama temprano y lee todo el Génesis. Toma un bocadillo para el almuerzo, encuentra un rincón tranquilo y lee por completo al menos una de las cartas de Pablo en cada hora de la comida durante dos semanas. Repasa las otras cartas en las dos semanas siguientes. Lee uno de los Evangelios cada tarde de domingo durante un mes. Lee Hechos y Apocalipsis en sábados consecutivos. Hazlo con un amigo si eso te ayuda, leyendo por turnos en voz alta mientras cada uno sigue el texto. ¡Dentro de un mes, habrás leído el Nuevo Testamento entero! No es difícil realizar un plan similar para el Antiguo Testamento. Simplemente toma un poco de esfuerzo y autodisciplina. Te asombrarás de cuánto aprendes leyendo ampliamente.
Lee profundamente. De niño siempre me impresionaba la forma en que las personas mayores (de la generación de mi abuela) eran capaces de succionar caramelos de menta durante lo que parecían interminables horas, mientras que yo mascaba y tragaba los míos en cuestión de minutos. ¡La capacidad de succión prolongada era obviamente una señal de gran madurez! Mascar, triturar y tragar eran más importantes para mí que paladear el sabor y disfrutarlo. Los cristianos que crecen deben aprender igualmente a “succionar” la Escritura, mediante la mediación y el estudio paciente.
Toda la Escritura es “dada por el aliento de Dios” (2 Timoteo 3:16 margen), pero obviamente algunas de sus partes nos llevan más inmediatamente al corazón de la revelación y, por tanto, deben dominarse primero. Puede serte útil, por ejemplo, dedicar algún tiempo cada día durante un período de meses a un estudio, sección por sección, de tales libros como Génesis y Éxodo, Marcos y Juan, Salmos y Proverbios, Hechos y Romanos Puesto que te beneficiará mucho tener algunos maestros, invierte en uno, o quizá dos comentarios realmente buenos y fiables sobre cada libro (2). No lo lamentarás nunca.
Hay también muchos libros escritos por otros cristianos que encontrarás útiles; después de todo, hemos de comprender la maravilla del amor De Cristo “con todos los santos”, y edificarnos mediante los dones y el entendimiento de los demás (Efesios 3:18; 4:15,16). Aquí hay una gran tentación a estar a la moda, leyendo las obras más recientes que llegan a las librerías, conociendo la última desviación o sensación en el mundo cristiano. Sé precavido. Es mucho más importante, y te hará mucho más bien, leer un número menor de libros cristianos que han sido muy usados y cuyo valor ha sido probado, que desarrollar el espíritu ateniense que es atraído por cualquier cosa siempre que sea nueva (cf. Hechos 17:21) (3).
Tú eres un discípulo de Jesucristo. “Discípulo” viene de la palabra latina discipulus, un alumno. Tú estás en la escuela de Cristo. ¡Estudia bien!
3. Testimonio y servicio
Como seres humanos caídos, tenemos un instinto egoísta de conservación. Pero Jesús dice que este es el camino a la muerte, no a la vida: “Porque el que quiera salvar su vida, la perderá, pero el que pierda su vida por causa de mí, la salvará” (Lucas 9:24). Ganamos (y crecemos) en la vida cristiana entregando nuestras vidas a Cristo y a los demás. Eso, como descubrió Pablo, puede ser doloroso (“en nosotros obra la muerte”, dijo él) y, sin embargo, enormemente fructífero (“pero en vosotros, la vida”, agregó, 2 Corintios 4:12).
Esto está en el corazón de nuestro testimonio cristiano. Podemos sentirnos tímidos en cuanto a testificar a otros acerca de Cristo; como Timoteo, podemos ser excepcionalmente tímidos y necesitar la exhortación de Pablo a no avergonzarte “del testimonio de nuestro Señor […] sino participa conmigo [dice Pablo] en las aflicciones por el evangelio, según el poder de Dios” (2 Timoteo 1:8). Pero cuando damos testimonio de Cristo, descubrimos que, en vez de encogernos (como quizá temíamos), crecemos. Nuestro entendimiento del Evangelio se fortalece frecuentemente por haber tratado de explicarlo a otro; nuestro regocijo y certeza aumentan por haber asumido más plenamente la obediencia a Cristo. (No puedo olvidar fácilmente cómo, cuando era un joven adolescente, ¡fui dando saltos por la calle con gozo tras haber hablado por primera vez de Cristo como mi recién encontrado Salvador!). Aun si nuestro testimonio se desdeña, Cristo ha prometido que seremos bendecidos (cf. Lucas 10:5,6).
Pero nuestro testimonio de Cristo no está restringido a las palabras que hablamos; implica todo lo que somos y hacemos, particularmente la manera como servimos a los demás. Aquí tocamos la esencia de la transformación que Cristo trae a nuestras vidas. Él mismo vino como un siervo (Mateo 20:28; Filipenses 2:6,7). Al igual que Pablo, somos sus esclavos (Romanos 1:1) y, por tanto, por amor de Él, debemos llegar a ser los siervos de aquellos que conocemos y con los que nos relacionamos. Debemos aprender a decir, con Pablo: “Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y [porque Cristo es nuestro Señor, nos vemos] a nosotros mismos como siervos vuestros por amor de Jesús” (2 Corintios 4:5). El argumento de Pablo es que crecer como cristianos significa llegar a ser como Cristo; y eso significa servir a los demás de tal manera que seamos capaces de ver que pertenecemos a Él y estamos motivados para servirles porque confiamos en Él y le amamos. Si no servimos a los demás, no podemos crecer más en la semejanza de Cristo; y si no crecemos más en la semejanza de Cristo… es que no estamos creciendo.
¿Qué implica servir? Significa aprender a orar por los demás, dedicar tiempo a ellos y para ellos, utilizar nuestros talentos y organizar nuestras recursos financieros de tal manera que también sean ofrecidos como tributo a Cristo. Vivir así significa ser felizmente liberado de la obsesión con el yo que tiene nuestra generación y descubrir que el servicio de Cristo es perfecta libertad. Más bienaventurado es dar que recibir (Hechos 20:35).
¿Estás haciendo suficiente ejercicio de este tipo?
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