El mundo exterior
Sinclair B. Ferguson
El ambiente en que crecemos, sin embargo, no es solamente la unidad familiar; es también el mundo exterior. Aquí el crecimiento se produce por medio de las acciones providenciales de Dios. Jesús, la Vid Verdadera plantada por Dios, insiste en que todo sarmiento suyo que da fruto será podado por el Padre a fin de que dé aún más fruto (Juan 15:2). La Escritura habla de que Dios hace que todas las cosas cooperen “para el bien” de aquellos que le aman (Romanos 8:28). ¿Pero qué es este “bien”? Consiste en creyentes conformados (transformados y rehechos) a la imagen de Cristo.(Romanos 8:29). Así, todas las experiencias de la vida tienen el propósito, bajo la mano soberana de Dios, de ayudarnos a crecer hacia la gran meta de la vida cristiana: la semejanza con Cristo.
Obviamente, Pablo tenía pruebas y dificultades, dolor y sufrimiento particularmente (aunque no de forma exclusiva) en mente. ¿Cómo utiliza Dios estas cosas con el fin de capacitarnos para crecer?
(a) Dios nos prueba, de modo que podamos aprender la fiabilidad de su gracia en nuestras vidas. Pensemos en la ocasión cuando los discípulos obedecieron el mandato de Jesús de navegar en el mar de Galilea (Marcos 4:35-41). Algunos de sus discípulos (Pedro y Andrés, Santiago y Juan) conocían aquel mar como la palma de su mano. Posiblemente percibieron que venía una tor-menta. Las personas que suelen navegar frecuentemente “huelen” tales cosas. Sin embargo, quizá contra su juicio personal, obedecieron a Jesús, y se encontraron en una tormenta. La obediencia los condujo al peligro. (Este incidente nos enseña que no debemos pensar que la obediencia conduce a una vida más fácil, ni deberíamos suponer que cuando las cosas se desintegran sea siempre una señal de una desobediencia específica: ¡el proceder de Dios para con nosotros en la vida cristiana es generalmente mucho más intrincado y complejo que eso!).
¿Pero por qué les condujo Jesús, de forma aparentemente deliberada, a una crisis así? Para mostrar a aquellos hombres (que bien pueden haber supuesto que ya estaban maduros en su fe) su profunda debilidad espiritual (Marcos 4:40), y también para demostrarles que podían confiar en Él como Salvador en cada situación. En la tormenta les mostró su gloria, y su fe se fortaleció. Algún tiempo después, exactamente como su Maestro, Simón Pedro también fue capaz de caer dormido, plácidamente, aun cuando se encontraba en la gran crisis de su vida (véase Hechos 12:1-6). Así nos aconseja Santiago:
Tened por sumo gozo, hermanos míos, el que os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia, y que la paciencia ha de tener su perfecto resultado, para que seáis perfectos y completos, sin que os falte nada (Santiago 1:2-4).
La prueba es, por tanto, esencial para el crecimiento.
(b) Dios nos purifica. Pintorescamente, pero con precisión, escribió el pastor del siglo XVII, John Flavel:
Las aflicciones tienen el mismo uso y finalidad para nuestras almas que el tiempo helado sobre las ropas que se cuelgan y blanquean: altera el tono del color y las hace blancas” (4).
Esto también lo vio y enseñó Simón Pedro: la prueba que experimenta la fe la purifica, así como también la fortalece (1 Pedro 1:5,6). Esa es una de las grandes lecciones del Salmo 119:
Antes que fuera afligido, yo me descarrié, mas ahora guardo tu palabra […] Bueno es para mí ser afligido, para que aprenda tus estatutos […] Yo sé, SEÑOR, que sus juicios son justos, y que en tu fidelidad me has afligido. (Salmo 119:67,71,75)
La medicina puede parecer severa; pero la enfermedad está profundamente arraigada. El crecimiento en la gracia es imposible a menos que se frene el avance de la enfermedad y se destruya su influencia. Cuando sientes que Dios parece tratarte ásperamente, recuerda lo que Él está haciendo. “Él nos disciplina para nuestro bien, para que participemos de su santidad. Al presente, ninguna disciplina parece ser causa de gozo, sino de tristeza; sin embargo, a los que han sido ejercitados por medio de ella, les da después fruto apacible de justicia” (Hebreos 12:10,11). Producir una semejanza con Cristo en ti no viene sin costo: para Dios o para ti.
(c) Dios nos equipa para el servicio mediante las acciones providenciales que rodean nuestras vidas. José, tan egocéntrico en su vida juvenil, finalmente llegó a ver esto después de años de acciones disciplinarias de la providencia divina, y dijo a los hermanos que lo habían vendido a la esclavitud: “Vosotros pensasteis hacerme mal, pero Dios lo tornó en bien para que sucediera como vemos hoy, y se preservara la vida de mucha gente” (Génesis 50:20).
Pablo, similarmente, habló de cómo sus propias experiencias del sufrimiento y el consuelo que recibió le capacitaron para ministrar, a su vez, a otros que sufrían:
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de toda consolación, el cual nos consuela en toda tribulación nuestra, para que nosotros podamos consolar a los que están en cualquier aflicción con el consuelo con que nosotros mismos somos consolados por Dios. Porque así como los sufrimientos de Cristo son nuestros en abundancia, así también abunda nuestro consuelo por medio de Cristo (2 Corintios 1:3-5).
Estos son principios permanentes de crecimiento para el servicio cristiano. Cuanto más pronto los aprendamos, más estable será probablemente nuestro crecimiento.
Todos los derechos reservados