La impiedad: sus características II
Cuando no dependemos de Él, eso es impiedad. La confianza y la dependencia es el terreno de toda relación entre nosotros y Dios, y el mayor homenaje y respeto que rendimos al Creador y causa primera. Ahora bien, cuando los hombres confían en cualquier criatura más bien que en Dios, en sus posesiones más bien que en Dios, le roban su peculiar honor. Que hay tal pecado aparece por esto (Job 31:24): “Si he puesto [en] el oro mi confianza, y he dicho al oro fino: [Tú eres] mi seguridad”, etc. Job, para vindicarse de la acusación de hipocresía, considera los pecados usuales de los hipócritas; entre ellos está este, el de hacer del oro nuestra confianza. Los hombres son propensos a considerarlo el apoyo de sus vidas y el fundamento de su futuro, y al ser su confianza interceptada, sus corazones se desvían de Dios. Es un pecado usual, aunque se piensa poco en él.
El gran peligro de las riquezas reside en confiar en ellas (Mr. 10:23-24). Cuando los hombres se atrincheran dentro de una posesión, piensan estar a salvo, asegurados contra cualquier cosa que pueda ocurrir, y así a Dios se le pone a un lado. Si un hombre se atrinchera dentro de una promesa, estará lleno de temores e incertidumbres; pero la riqueza engendra seguridad, por lo que a la codicia se la llama “idolatría” (Col. 3:5), y al codicioso, idólatra (Ef. 5:5), no tanto a causa de su amor al dinero como por su confianza en el dinero. El glotón ama su vientre y la gratificación del apetito (Fil. 3:19); sin embargo, no confía en la alegría de su vientre: no piensa estar protegido por ello; y, por tanto, aunque le roba a Dios su amor, sin embargo no le roba a Dios, como el codicioso, su confianza: todo somos propensos a hacer un ídolo así de la criatura.
Los pobres, si tuvieran riqueza, eso sería suficiente para hacerlos felices y, por tanto, confían en los que la tienen, lo cual es idolatría sobre idolatría. De donde se dice (Sal. 42:9): “Los hombres de baja condición sólo son vanidad, y los de alto rango son mentira”. A primera vista, los hombres de baja condición no son nada; pero los hombres de alto rango están habituados a que se confíe en ellos y, por tanto, son mentira, porque, por el justo juicio de Dios, decepcionan nuestra confianza. Pero esta idolatría secreta está principalmente relacionada con los ricos; aunque no oran a su riqueza, o le ofrecen sacrificio, sino que la utilizan tan familiarmente como cualquier otra cosa, sin embargo, si obstaculiza su confianza, son culpables de idolatría.
Muchos que sonríen ante la vanidad de los gentiles, que adoraban leños y piedras e ídolos de oro y plata, hacen peor ellos mismos, aunque más espiritualmente, mientras que constituyen su felicidad y seguridad sobre sus posesiones.
Puede que no digan a sus riquezas: “Vosotras me libraréis”; o a su oro: “Tú eres mi confianza”. Ellos no utilizan un lenguaje tan grosero; pues los codiciosos pueden hablar tan vilmente de las riquezas como otros. Puede que digan: “Sé que no son sino tierra refinada, etc., pero sus corazones las convierten en su único refugio y apoyo, y sus pensamientos interiores son que ellos y sus hijos no pueden felices sin ellas, lo que es un gran pecado —establecer otro Dios—, pues por este medio su corazón se aparta del verdadero Dios para volverse al mundo, y se abstiene de obras buenas, por miedo a separarse de lo que es el apoyo y sustento de sus vidas.
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Una exposición de Judas 4:7. Usado con permiso de Editorial Peregrino/Nueva Reforma.