Sinclair B. Ferguson
“Somos lo que comemos”, dice el filósofo humanista que nos ve simplemente como un espécimen biológico. Al igual que con todas las herejías, hay un ápice de verdad en su declaración. Esa es la razón por que las palabras mismas “somos lo que comemos” suenan como una nota de advertencia por parte del dietista que reconoce los peligros de salud de una dieta desequilibrada. Somos lo que comemos; así también dice Jesús:
Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el cual el Hijo de Hombre [Jesús] os dará […] Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre [..] Yo soy el pan vivo que descendió del cielo. Si alguno come de este pan, vivirá para siempre (Juan 6:27,35,51).
El crecimiento cristiano verdadero, por tanto, depende de “alimentarse de” Cristo.
Simón Pedro aprendió esta lección bien. Nos apremia a aplicarla: “Desead como niños recién nacidos la leche pura de la palabra, para que por ella crezcáis para salvación, si es que habéis probado la benignidad del Señor” (1 Pedro 2:2,3).
¿Qué es esta “leche pura”? El contexto de las palabras de Pedro nos saca de dudas. Habla de la “verdad” y la “palabra” de Dios (1 Pedro 1:22,23,24). La “leche” que necesitamos es la enseñanza de la Palabra de Dios, la Biblia. Y hemos de “desearla”.
¿Recuerdas tu primer bebé cuando éste se despertó, llorando de hambre? Nada de lo que hicieras podía satisfacer al bebé excepto el alimento que necesitaba. ¡Esa es la imagen que Pedro tiene en mente! Sé como ese bebé en la forma en que deseas la enseñanza de la Palabra de Dios, dice él. Judas repite sus pensamientos: “Pero vosotros, amados, edificándoos en vuestra santísima fe […]” (Judas v. 20). ¿Pero cómo podemos hacer esto? La Escritura nos da la respuesta:
Toda Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra (2 Timoteo. 3:16,17).
Los cristianos somos “equipados” para el servicio por la enseñanza de la Escritura. El vocabulario de Pablo aquí comparte una raíz común con el verbo que los Evangelios utilizan para describir a los primeros discípulos “remendando” sus redes: limpiándolas, reparándolas y plegándolas en preparación para la siguiente noche de pesca (Mateo 4:21; Marcos 1:19). Este es un cuadro perfecto del efecto de la Escritura. Nos prepara de cuatro maneras para ser útiles a Cristo:
1. La enseñanza
Por naturaleza, nuestras mentes están entenebrecidas y engañadas por el pecado (Romanos 1:21,25). Pero ahora que somos cristianos, debemos aprender a pensar adecuadamente y a seguir los patrones de pensamiento del Dios que nos hizo a su imagen (General 1:27). Puesto que sólo aquellos que conocen a su Dios pueden mostrarse fuertes (Daniel 11:32), necesitamos saber acerca de Dios, su carácter y su voluntad, de nosotros mismos y nuestro pecado, de Cristo y su gracia, de la vida de fe y el mundo venidero. Gracias a Dios, Él ha revelado todo lo que necesitamos saber: ¡en la Escritura! ¡No es sorprendente que Pedro nos diga que deseemos su enseñanza y devoremos su contenido! No hay sustituto para su enseñanza, y no tenemos excusa para no estudiarla.
2. La reprensión
La enseñanza de la Escritura se dirige a nuestras mentes, pero no se detiene ahí. Habla a la conciencia. Nos muestra dónde nos hemos equivocado.
Nadie disfruta con ser interrogado, o con ser acusado de tener algo malo en su vida. Pero al crecer como cristianos, experimentamos el doloroso reconocimiento de que tenemos una capacidad casi ilimitada para el autoengaño. Lentamente aprendemos que necesitamos ser detenidos por Dios en nuestras sendas. Él utiliza la Escritura para hacer esto. Al leerla, experimentamos lo mismo que David cuando Dios le habló mediante el profeta Natán. Al principio, parecemos ser meramente oidores, espectadores de la enseñanza de la Escritura sobre los pecados y los fracasos de aquellos que aparecen en sus páginas. Entonces oímos una voz poderosa, y sentimos que el dedo acusador del Espíritu nos señala y nos dice: “¡Te estoy hablando a ti!” (cf. 2 Samuel 12:7). Dios nos detiene en nuestras sendas y nos hace dar la vuelta.
La experiencia es dolorosa; pero es también saludable. No podemos alcanzar nuestro destino si viajamos en la dirección equivocada. Por esa razón, sería necio no utilizar esa Palabra que es “lámpara […] a mis pies […] y luz para mi camino” (Salmo 119:105).
3. La corrección
La palabra “corregir” puede dar una impresión más bien desagradable. Pero el verbo que utiliza Pablo significa “restaurar”. Contiene la raíz griega de la que proviene nuestra palabra ortodoncia (corrección de irregularidades en los dientes). Es un término de sanidad, no de tormento. Pablo dice que el mensaje bíblico tiene poder para sanar y restaurar nuestras vidas torcidas y rotas. Esta es una parte integral del crecimiento cristiano. Es también uno de los grandes ánimos de la comunión cristiana el ver las vidas de las personas transformadas, limpiadas y fortalecidas por la Palabra de Dios.
4. La instrucción en justicia
La Palabra de Dios no es solamente un jardín de infancia donde recibimos la leche, es también el gimnasio de una escuela donde nos fortalecemos para la vida. Estudiarla, entenderla, confiar en ella y obedecerla tonifica los músculos espirituales y acelera las respuestas de la gracia en nuestras vidas. Nos hace cada vez más sensibles a los propósitos del Señor porque hemos llegado a pensar, actuar y aun sentir de una manera bíblica.
Este es uno de los elementos esenciales para una vida que se somete bajo la mano orientadora de Dios, tal y como John Newton —el traficante de esclavos que llegó a ser escritor de himnos— sabía tan bien. Él hace la pregunta que en algún momento confronta a cada cristiano: “¿Cómo puede, pues, esperarse la voluntad del Señor?”, y contesta:
En general, Dios orienta y dirige a su pueblo proporcionándole, en respuesta a la oración, la luz de su Espíritu Santo, que lo capacita para comprender y amar las Escrituras. La palabra de Dios no se ha de utilizar como una lotería; ni tiene el propósito de instruirnos mediante jirones y trozos que, ajenos a sus lugares apropiados, no tienen ningún significado definido; sino que es el de proporcionarnos, simplemente con principios, comprensiones correctas para guiar nuestros juicios y sentimientos, y de esta manera influir en nuestra conducta y dirigirla (1).
La Escritura contiene así todo lo que necesitamos saber a fin de vivir una vida cristiana fructífera, alegre y útil; todo el equipo esencial está aquí, en sus páginas. Está claro, por tanto, lo que deberíamos hacer con nuestras Biblias. Su contenido es la leche pura espiritual y deberíamos desearla. Si descuidamos la lectura y la exposición de la Escritura, no debe sorprendernos si comenzamos a sufrir un retraso en el crecimiento. La infancia es atractiva en los infantes; pero la regresión infantil en los adultos es una enfermedad de la que necesitamos curarnos. Así ocurre con la desnutrición.
¿Tienes hambre de tu Biblia? Todo cristiano verdaderamente importante ha tenido esa hambre.
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