Jesucristo es la cabeza de su iglesia (Ef. 5:23). Se entregó a Sí mismo por ella para purificar un pueblo que fuera de su posesión, celoso de buenas obras (Ef. 5:25-26; Tito 2:14). Ejerce su pastoreo y gobierno sobre ella a través de pastores humanos (1 Ped. 5:1-4) que han de rendirle cuenta por el ejercicio de su oficio (1 Ped. 5:4; Heb. 13:17). La autoridad de los pastores es real, aunque también es espiritual. Procede de la Biblia, la Palabra de Dios, que también la limita.
La iglesia tiene el deber de procurar descubrir entre sus miembros aquellos a quienes el Señor Jesucristo ha concedido los dones y las gracias necesarias para desempeñar el oficio de pastor, según los requisitos bíblicos (Hech. 6:1-6; 1Tim. 3; Tito 1).
El cuerpo de ancianos ha sido autorizado y es responsable de supervisisar la iglesia (Hech. 20:28; 1Ped. 5:1-4). Esto incluye la predicación y la enseñanza de todo el consejo de Dios (Hech. 20:20-21,27; Tito 1:9), velar por el bienestar del alma de todos los miembros de la iglesia (Ef. 11:13; Col. 1:28; 1Tes. 2:11; Heb. 13:17), y la dirección de esta en todas sus tareas (1Tim. 3:4-5). Los pastores deben ejercer su autoridad sobre la congregación con sensibilidad (Ezeq. 34:4; Hech. 6:5), y como siervos y ejemplos de la iglesia (Mat. 20:25-28; Hech. 19:30; Hech. 21:11-14; 1Tim. 3:5; 1Ped. 5:3).