¿Qué significa ser miembro de una iglesia?
PREGUNTAS | RESPUESTAS
¿Qué significa ser miembro de una iglesia?
Erroll Hulse
Hay muchos creyentes que piensan que están en libertad de vivir una vida cristiana de una manera puramente individualista, usando una o varias iglesias o grupos, según su necesidad, pero sin estar comprometidos con ninguna.
También hay creyentes dentro de las grandes denominaciones para los cuales el bautismo y la asociación con una iglesia nunca llegan a ser una realidad, en el sentido bíblico. Estos creyentes a menudo forman un grupo evangélico dentro del gran cuerpo muerto al cual dan su lealtad. Alimentan la vana esperanza de que algún día ese cuerpo muerto resucite de alguna manera, o quizás que llegue un mejor ministro que cambie ese estado de cosas. Existe un sentimiento de repugnancia a dejar esta congregación, ya que se piensa que esto podría debilitar el testimonio evangélico dentro de esa estructura. Aquellos que estén en esta posición deben recordar que su primera lealtad tiene que ser a Jesucristo. Sus mandamientos exigen la obediencia. Cristo es el único fundamento sobre el cual nosotros podemos construir, y ¡pobres de nosotros, si pasamos nuestra vida trabajando con madera, heno y hojarasca!
Jesús no construyó su iglesia dentro del cuerpo moribundo de una religión apóstata. El capítulo 2 de Hechos demuestra que aquellos que creyeron fueron bautizados, y entonces, unidos, no en grupos aislados, continuaron firmes en la doctrina, la comunión, la cena del Señor, y las oraciones: Esto es una iglesia y, por tanto, esas personas son miembros de una iglesia. Los requisitos básicos para ser miembro de una iglesia son claros, y los examinaremos en las páginas siguientes.
Si miramos hacia atrás, al comienzo de la iglesia en el Nuevo Testamento, encontramos que después del sermón de Pedro en el día de Pentecostés, alrededor de 3000 personas fueron añadidas a los discípulos, de los cuales había unos 120. Probablemente había unos cuantos discípulos más en Jerusalén, quienes por varias razones legítimas, no estaban junto con los 120 en la casa en el día de Pentecostés, pero aún así, la iglesia se multiplicó en tamaño como unas veinte veces: un evento tan único como lo fue Pentecostés en sí.
Surge la pregunta de si era correcto que un número tan grande de personas se bautizara inmediatamente, y mediante el bautismo se añadieran a la iglesia. Hoy día nosotros a veces esperamos varios meses para comprobar el carácter genuino de la conversión de una persona. En contestación a esto, podemos decir que el Espíritu Santo estaba obrando de un modo extraordinario, según lo demuestran las manifestaciones sobrenaturales de vientos recios, fuego, y el don de lenguas. Estos hombres fueron objeto de una profunda y genuina obra de conversión, naciendo de nuevo del Espíritu Santo (Jn. 3:3; 1 P. 1:23). La mayoría de estas personas parecían estar bien familiarizados con las Escrituras. Pedro pudo citar ampliamente a los profetas. Los conversos probaron la genuina naturaleza de su arrepen timiento y fe siguiendo firmemente activos en cuatro áreas básicas de la vida cristiana: la doctrina de los Apóstoles, la comunión con los hermanos, el partimiento del pan, y las oraciones (cf. Hch. 2:42).
Estas prácticas cristianas se pueden considerar como actividades normales mediante las cuales se sostiene la fe de los miembros de una iglesia, en contraste con las actividades excepcionales o extraordinarias de ese tiempo. (No estamos pasando por alto el bautismo de los creyentes, que es una ordenanza que se cumple una sola vez, simbolizando la unión por fe con Cristo en su muerte, sepultura y resurrección). Maravillas, señales y prodigios fueron obrados por los Apóstoles y más tarde por algunos de los diáconos, como Esteban y Felipe. Más aún, los discípulos tenían todas las cosas en común, y aunque esto era algo que no había sido ordenado por el Señor, o que era esencial, muchos de ellos eligieron vender sus tierras y poner el dinero como un regalo a los pies de los Apóstoles (Hch. 4:37). Parece que los Apóstoles se reunían diariamente por comunión y para cenar juntos. Esto se podría atribuir justamente a un celo extraordinario, pero también debemos recordar que prevalecían circunstancias especiales en Jerusalén en ese tiempo. Muchas gentes diferentes, judíos y prosélitos de todo el mundo, trataban de estar presentes en Jerusalén durante la fiesta de Pentecostés, que era considerada como el festival religioso más importante del año. Ciertamente era la festividad que más multitud atraía. En términos de tiempo, esfuerzo y gastos, el sacrificio de llegar a Jerusalén era considerable e indicaba hondas convicciones religiosas.
Debemos recordar que Dios estaba preparando el corazón de mucha gente antes de ese notable sermón de Pedro en Pentecostés. Parecería, a juzgar por las palabras de Pedro (Hch. 2:36), que no pocos hombres que habían rechazado a Jesucristo fueron convertidos en ese día: gente que había aprobado su crucifixión. Pero sí se desprende de las indicaciones que la gran mayoría de los conversos procedentes de muchas naciones, estaban en peregrinación en Jerusalén. Esta era una fiesta religiosa, y las gentes podían reunirse diariamente, según se indica. Las circunstancias poco usuales, por consiguiente, deben tomarse en consideración, pero el seguir firmemente la doctrina de los Apóstoles, la comunión con los hermanos, la Cena del Señor, y las reuniones para orar deben ser consideradas como normales y obligatorias para cada miembro de la iglesia. Que esto es así está apoyado no solo por el ejemplo de los primeros cristianos, sino por las exhortaciones de los Apóstoles (He. 10:24-25) y el contenido en general del Nuevo Testamento (Hch. 20:16-32; Ap. 2 y 3; Ef. 4:1-16).
Hay quienes ponen en duda la validez de ser miembro de una iglesia. ¿Cómo podemos convencerlos de que este concepto es importante y bíblico? Podemos, por ejemplo, referirnos a Mateo 16:19. ¿Qué quiso decir Nuestro Señor con “las llaves del reino”? Seguramente Él estaba confiriendo autoridad a sus Apóstoles, indicando que la disciplina en la iglesia tendría que ser mantenida. Las llaves se usan para excluir y para admitir. Mucha gente, particularmente el Papado romano, ha abusado de este pasaje de Mateo y de la autoridad a que se refiere. Pero esto no quiere decir que cerremos nuestros ojos a la necesidad de la disciplina.
Los Apóstoles y sus evangelistas, como Timoteo y Tito, utilizaron la autoridad conferida por Dios para nombrar ancianos en las iglesias. Tenemos instrucciones con respecto a las cualificaciones de los ancianos, y no nos cabe la menor duda de la autoridad de tales ancianos (1 Ti. 3; Tit. 2). Los creyentes son exhortados: “Obedeced a vuestros pastores y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (He. 13:17) Es evidente que no podemos obedecer a los ancianos a menos que estos hayan sido designados especialmente, ni los ancianos pueden gobernar a menos que haya gentes específicas por las cuales sean responsables. Cuando en Hechos 2:47 dice que las personas que habían de ser salvas eran añadidas a la iglesia, queda claro que esas personas eran individuos plenamente identificables. Los ancianos son responsables por aquellos que claramente se han unido a la iglesia, y este asunto no puede ser dejado abierto a conjeturas. Además, ellos son responsables por el examen de los nuevos miembros y su presentación a la iglesia.
Además, todos los miembros de una iglesia toman parte en la designación de los ancianos y diáconos. Los ancianos actuales reconocen los dones de aquellos que están contribuyendo a la vida de la iglesia, pastoreando en el dominio espiritual (los ancianos) o ejerciendo la administración en el dominio práctico (los diáconos). Se consulta entonces la iglesia, teniendo por objetivo la unanimidad, ya que todo el cuerpo está íntimamente afectado por un asunto tan importante como lo es el liderato. Así es que cuando Pablo escribe a “todos los santos en Cristo Jesús que están en Filipos”, él se está dirigiendo a un grupo de personas que han sido bautizadas en Cristo: a los miembros de una iglesia que tenía líderes específicos, ya que pasa inmediatamente a añadir “con los obispos y diáconos”.
Claro está que hay otros argumentos bíblicos que apoyan la necesidad de ser miembros de una iglesia; por ejemplo, el argumento que se basa en la popular analogía de la iglesia, que se usa en el Nuevo Testamento; esto es, la analogía al cuerpo físico. Tan íntima es la relación espiritual entre creyentes en una iglesia, que son comparados a los órganos de un cuerpo humano. Cada miembro en la iglesia es vital, así como los ojos, oídos, manos y pies son vitales para un cuerpo humano. No es posible considerar el desarrollo espiritual de un creyente sin referirse al cuerpo de cristianos del cual forma parte.
Según el cuerpo crece en conocimiento, edificación y amor, así los miembros individuales son afectados (Ef. 4:16). No es sorprendente encontrar que creyentes individuales que se han separado de un compromiso y comunión real “con el cuerpo”, a menudo están espiritualmente enfermos, o faltos de desarrollo espiritual, y no progresan como debieran en la gracia y el conocimiento. Está dentro de la esfera de la iglesia local que los miembros individuales desarrollen en comprensión, ejerciten sus dones, den, reciban y compartan la vida espiritual.
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